Virginia Woolf, Orlando

"Es por cierto, innegable que los que ejercen con más éxito el arte de vivir -gente muchas vecs desconocida, dicho sea de paso- se ingenian de algún modo para sincronizar los sesenta o setenta tiempos distintos que laten simultánemante en cada organismo normal, de suerte que al dar las once todos resuenan al unísono, y el presente no es una brusca interrupción ni se hunde en el pasado. De ellos es lícito decir que vivien exactamante los sesenta y ocho o setenta y dos años que les adjudica su lápida. De los demás conocemos algunso que están muertos aunque caminen entre nosotros; otros que no han nacido todavía aunque ejerzan los actos de la vida; otros que tienen cientos de años y que se creen de treinta y seis. La verdadera duración de una vida, por más cosas que diga el Diccionario Biográfico Nacional, siempre es discutible. Porque es difícil esta cuenta del tiempo: nada la desordena más fácilmente que el contacto de cualquier arte, y quizá la poesía tuvo la culpa de que Orlando perdiera su lista de compras y regresara sin las sardinas, las sales para baño o los zapatos."


"El espectáculo era tan atroz que sintió como un vahído, pero en esa fugaz oscuridad, cuando parpadearon sus ojos, dejó de oprimirla el presente. Había algo insólito enla sombra que proyectaba el parpadear de sus ojos, algo que (como cualquiera puede comprobarlo mirando, ahora, el cielo) siempre esta lejos del presente -de ahí, su terror, su indeterminado carácter-, algo que uno rehúsa fijar con un nombre y llamar belleza, porque no tiene cuerpo, esc omo una sombra sin sustancia, ni calidad propia, pero con el poder de transformar todo a lo que se agrega. (...) Sí, pensó, exhalando un hondo suspiro de alivio al salir de la carpintería para ascender la colina, otra vez empiezo a vivir. Estoy en la ribera del Sepertine, pensó, el barquito está remontando el arco blanco de mil muertes. Estoy a punto de comprender."

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